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Aurelio Mejía. El vuelo del abejorro y qué no hacer con un problema.

AL QUE LE SIRVA EL GUANTE, QUE SE LO PONGA

Alguien conocido estaba un día a punto de rendirse y de abandonar sus estudios universitarios, básicamente por desavenencias con compañeros y profesores. Afortunadamente no lo hizo, y hoy es un gran profesional con mucho éxito en su trabajo.

A su petición de ayuda, respondí en su momento con el comentario sobre el vuelo del abejorro, el cual se puede aplicar también a otros episodios de desánimo laboral o empresarial.

“Necesito tu ayuda.  Últimamente he tenido malos entendidos con algunos de mis compañeros y el ambiente que se ha creado a partir de eso, ha dañado mi reputación… no tengo en quién confiar… no quiero seguir aquí… no me importa empezar de cero… no sabes lo mal que me siento todos los días al enfrentarme a ese ambiente… cada vez que trato de mejorar las cosas, algo las empeora”.

El vuelo del abejorro y qué no hacer con un problema

En un conocido programa de TV se trataba un día sobre el vuelo de los insectos y lo que pueden enseñarle al hombre respecto de la aerodinámica. Se mostraba allí el delicado vuelo de la mariposa, el sofisticado vuelo de la mosca, el torpe volar de los escarabajos, el rítmico vuelo de la abeja y el “imposible” vuelo del abejorro.

Un ingeniero mecánico especialista en aerodinámica decía que era imposible, desde el punto de vista de la estructura corporal del abejorro, que éste pudiera volar, ya que tiene una masa corporal demasiado grande para ser soportada por alas tan diminutas. “Con esas proporciones es imposible que ese bicho pueda volar” -decía.

Según dicho ingeniero, habría que hacerle unas correcciones en su diseño estructural para que siquiera pueda sostenerse en el aire por unos cuantos segundos, tal como reducir su abdomen en un 40% de su tamaño, agrandar sus alas en un 100% y quitarle la vellosidad que lo caracteriza, para que no oponga resistencia al aire.

Aún con estos cambios -decía el especialista- será un volador muy torpe y no podrá sostenerse durante mucho tiempo en el aire.

Sin embargo, mientras el técnico se esforzaba por demostrar la imposibilidad del vuelo del abejorro, allí estaba este bicho negro, desproporcionado y peludo, volando plácidamente contra toda ley aerodinámica, libando despreocupado el néctar de una flor.

Por fortuna, el abejorro no se guía por todo lo que enseñan en los programas de TV, ni por el qué dirán, ni por la reputación, ni por la fama y demás condicionamientos sociales, culturales o institucionales. Y mucho menos presta atención a los supuestos especialistas que contra toda evidencia niegan lo evidente.

“Pienso, luego existo”, decía el filósofo Renato Descartes. Si piensas que puedes… ¡Puedes!

Pero si piensas que no serás capaz… ¡No lo serás! Cada uno tiene el poder de decidir lo que cree y espera de sí mismo.

Me entristece encontrarme en mis terapias hipnóticas regresivas con muchachos que se consideran torpes, brutos o malos, porque eso fue lo que escucharon constantemente de los labios de sus propios padres.

¡Alto! ¡No más! Aprendamos del abejorro: Nadie se eleva más allá de sus propias expectativas. Si esperas poco de ti mismo, darás poco. Si piensas en grande, alcanzarás grandezas.

Una de las premisas más estimulantes para afrontar situaciones adversas, es suponer que los problemas no son un problema. Grandes en algunos casos, pequeños por lo general, los problemas son simplemente desafíos inevitables que forman parte de nuestra vida diaria y que ocurren cuando lo que deseamos no es lo que obtenemos: algo se rompe (pérdida), un plan se desbarata por un imprevisto (sorpresa), surge un mal entendido (confusión), no nos sentimos o nos vemos tan bien como quisiéramos (desilusión), nos bloqueamos o nos sentimos impotentes cuando tratamos de conseguir algo (frustración).

Ya sea que el problema resulte de la acción de un agente externo, de una circunstancia casual, de un error de cálculo, de un mal proceder de alguien o de una simple equivocación, se debiera cambiar la actitud pesimista por la optimista y abordar cada problema como una oportunidad de aprendizaje de vida.

La culpa de las bajas autoestimas y de las actitudes negativas de las personas, muchas veces las tenemos los padres, cuando nos fijamos como objetivo criar un hijo que nunca haga nada mal, y que cuando algo le sale mal, intervenimos siempre para solucionarle los problemas “al niño”.

La meta debiera ser más bien criar un hijo capaz, con la disposición y la habilidad de superar obstáculos.

Es muy raro que un niño no resuelva un problema sin aprender algo que antes no sabía o no podía hacer. Todos los problemas son maestros disfrazados. Y lo mejor de resolver un problema es que el proceso incluye su propia recompensa: la sensación de realización y orgullo por haber resuelto satisfactoriamente la situación.

Con cada problema resuelto se conquista una cuota de capacidad que fortalece aún más la autoestima.

Para resumir:

Cada vez que abordes un desafío en la vida, sin darte por vencido ni salir corriendo, mejorarás tu manejo de las situaciones y tu concepto de ti mismo.

Aurelio Mejía
amejiamesa@gmail.com
www.aureliomejia.com

Medellín, Colombia.